La impenetrable jungla amazónica venezolana sigue estando llena de misterios y sorpresas. A 2.300 m de altura en el Parque Nacional Jaua-Sarisariñama, unas gigantescas cavidades de 350 m de diámetro y unos 350 m de profundidad interrumpen la meseta verde: Las simas, unas de las pocas regiones del mundo aún inexploradas. Las paredes de piedra de estos pozos son completamente verticales y, por lo tanto, insuperables para las criaturas que habitan en el fondo del precipicio, lo que ha permitido aislar estos ecosistemas en los que habitan especies de plantas y animales únicos de este rincón del planeta.
Estas depresiones circulares se ubican en la cima del tepuy Sarisariñama (Sarisariñama-Jidi en maquiritare), uno de los tepuyes más aislados del país. Los tepuyes son una clase de meseta especialmente abrupta, con paredes verticales y cimas muy planas. Compuestas principalmente por areniscas, son geológicamente hablando las estructuras emergidas más antiguas del planeta, provenientes del Precámbrico, con unos cuatro mil millones de años de antigüedad. Aunque todavía son un misterio de la geología, se sabe que las simas se han ido formando a lo largo de miles de años por erosión de la roca arenisca: Las aguas procedentes de ríos subterráneos se han sido infiltrando a través de grietas y han ido excavando la roca, hasta llegar a la superficie.
En el interior de las simas los muros de arenisca están casi totalmente desprovistos de vegetación, pero en el fondo, el número de especies endémicas es muy elevado. Las escasas exploraciones que se han llevado a cabo en estas cavernas confirman que cada una de las simas de Sarisariñama, albergan un ecosistema único, con especies animales y vegetales que no se encuentran en ningún otro rincón del mundo.
El nombre Sarisariñama tiene su origen en un pueblo indígena de la familia Caribe, los Ye’kwana (también conocidos como Makiritare). Sarisariñama es el nombre del espíritu maligno de una ave mitológica parecida al ave Dimoshi, que se posaba en uno de los muchos riscos del borde sur esta meseta. Este pájaro, según la creencia de este pueblo, emitía un sonido “sari” mientras devoraba humanos. Sarisari vendría a ser un nombre repetitivo onomatopéyico. El sufijo -ña significa lugar y -ma indica un hogar o casa.
El nombre completo en el lenguaje indígena, Sarisariñama-jidi, que significa “lugar montañoso donde el Dimoshi acecha y come humanos”.
Acceder a estas simas es una misión casi imposible, y no solo por las dificultades del terreno, también porque únicamente los científicos e investigadores tienen acceso a estos enclaves del Parque Nacional, con el fin de preservar los micro-ecosistemas que encierran cada uno de sus agujeros.
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