Prácticamente desde el principio de la historia de la medicina y en especial en la psicología, el sueño ha resultado una de las áreas más atractivas y a la vez misteriosas de la psique humana. ¿Para qué sirve dormir? ¿Por qué soñamos? ¿Qué pasaría si no lo hiciéramos? Las respuestas siguen sin estar claras, aunque cada vez hay más evidencias de que el dormir y soñar (o, como técnicamente se denominan, el sueño y la actividad onírica respectivamente) son no sólo útiles sino incluso imprescindibles.
No cabe duda de que la carencia de sueño es negativa. Sólo hay que recordar que
uno de los métodos de tortura más utilizados ha sido (y sigue siendo) la privación del sueño, con la que se puede llegar a provocar graves alteraciones mentales como delirios y alucinaciones psicóticas. Pero no sabemos aún qué utilidad tiene el hecho de dormir. Algunos datos indican por ejemplo que
el sueño permite asentar el recuerdo de lo aprendido durante el día, aunque no está claro el mecanismo a través del cual se produce ese efecto.
La Universidad de Berkeley (EEUU) ha aportado un nuevo dato a favor de los efectos positivos del sueño. Realizaron un estudio en el que colaboraron 35 voluntarios divididos en dos grupos. Todos vieron una serie de 150 imágenes con fuerte contenido emocional, esperaron 12 horas y volvieron a ver las imágenes mientras se registraba su actividad cerebral (en concreto de la amígdala, una zona que procesa las emociones) por medio de resonancia magnética. La diferencia fue que el primer grupo se mantuvo despierto durante las 12 horas, mientras que el segundo sí pudo dormir.
Los resultados fueron los esperados:
en el grupo que había dormido la actividad de la amígdala cerebral se redujo significativamente, provocando una rebaja del nivel emocional y, posteriormente, que las imágenes se pudiesen volver a ver con menor nivel de ansiedad. Este efecto era especialmente significativo en la fase REM del sueño, donde los niveles de actividad disminuyeron sensiblemente. Dicha fase del sueño se caracteriza por una elevada actividad cerebral en comparación con la del resto del sueño, movimientos rápidos de los ojos bajo los párpados (de ahí su nombre, en inglés rapid eye movements) y el hecho de que es cuando se produce la actividad onírica, todo ello a pesar de que en esa fase es cuando estamos físicamente más relajados.
De forma que, según parece,
esa fase REM sirve como una especie de terapia que atenúa los recuerdos generadores de ansiedad del día anterior. La actividad química del cerebro ocasionada por la ansiedad (principalmente, el neurotransmisor noradrenalina, muy asociado a las experiencias de estrés) se atenúa durante esta fase, suavizando así su fuerza emocional.
No está claro cuál es el factor más importante para lograr ese efecto balsámico, pero según otros estudios realizados al respecto, parece que la actividad onírica es decisiva.
Si no soñamos (independientemente de que luego recordemos o no el contenido del sueño), no se logra un alivio tan eficaz.
Dicho de otra manera, las penas con sueño son menos.