Tan pronto exhales tu último aliento, se lanzarán al ataque. Esta semana descubrimos –con lujo de detalle- cómo van a devorarnos los microbios. Un equipo de científicos valerosos, y con buenos estómagos, pasó meses observando cadáveres en descomposición, haciendo un registro de todas las bacterias, hongos, y gusanos, día con día. Ahora, los científicos forenses pueden usar esa cronología, publicada en
Science, para determinar la hora –y hasta el lugar- de defunción.
Los investigadores encontraron que los primeros en “servirse” son los microbios de tus intestinos. En cuanto mueres, empezarán a descomponerte de adentro hacia fuera. Y mientras, las bacterias de tu piel o el suelo sobre el que te encuentres emprenderán el ataque desde afuera. Según el encantador resumen que hizo Michael Byrne en Motherboard, “La Tierra solo espera a que caigas muerto”.
Bien pensado, eso es un poco perturbador. Y por ello cabe la pregunta: ¿Qué impide que todas esas bacterias nos descompongan estando vivos?
Dirás que es una tontería, ya que solo las cosas muertas se descomponen.
Es verdad. Pero, ¿por qué?
Como señala el nuevo estudio, dos de nuestras defensas más críticas contra la descomposición se derrumban tan pronto como expiramos. El sistema inmunológico colapsa, y el cuerpo se enfría. Eso es ideal para las bacterias; no la pasan bien desarrollándose en un cuerpo caliente, sabes (piénsalo: cuando tienes una infección, tu cuerpo desarrolla fiebre para combatirla).
En esencia, una buena parte de la vida depende de que tus células luchen a muerte contra las células bacterianas. Mientras estés vivo y sano, tus células estarán ganando. La descomposición significa que tus células habrán perdido.
Una de las descripciones más claras que he encontrado, fue escrita por Moheb Costandi en “
This is what happens after you die” (Esto sucede después que mueres):
La mayoría de los órganos internos está libre de microbios mientras vivimos. Sin embargo, poco después de morir, el sistema inmunológico deja de funcionar y permite que se dispersen libremente por todo el cuerpo. Esto suele iniciar en los intestinos, justo en la unión de los intestinos delgado y grueso. Al verse libres, las bacterias empiezan a digerir los intestinos –y después, los tejidos circundantes- de adentro hacia fuera, alimentándose del cóctel químico que escapa de las células dañadas. Luego, invaden los capilares del aparato digestivo y los nódulos linfáticos, diseminándose primero al hígado y el bazo, y después hacia el corazón y el cerebro.
Tan pronto como mueres, tu cuerpo, en esencia, descansa por primera vez de una guerra que ha librado desde el primer momento de tu vida.
Cuando las bacterias empiezan a ganar esa guerra en una persona viva, hablamos de una infección, y tratamos de expulsar a los invasores de una herida. O bien, entramos con antibióticos para envenenarlos.
Hagamos una pausa para apreciar dichos antibióticos. Creíamos haber superado a las bacterias. Pero hemos abusado y usado mal los antibióticos, dando a las bacterias la oportunidad de descubrir nuestras defensas. Ahora están adaptándose, están volviéndose resistentes a nuestras armas, y ya estamos presenciando el fracaso de algunas de nuestras últimas líneas de defensa, lo que empieza a conducir a más infecciones, enfermedades, y muerte.
Al morir, finalmente perdemos la batalla contra las bacterias. Pero hasta entonces, es asombroso reflexionar en la tenue frontera entre la vida y convertirnos en comida de bacterias. Imagina la carrera armamentista evolutiva que ha vuelto al sistema inmunológico tan vigilante, que es capaz repeler ataques constantes durante décadas.
Solo doy gracias de no estar descomponiéndome en este momento.
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