Admin Adara webmistress
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| Tema: viajar a la isla de Cerdeña Miér Feb 19, 2014 7:43 pm | |
| Este itinerario descubre algunas de las playas más bonitas del Mediterráneo Cerdeña combina con maestría un paisaje de playas protegidas por acantilados rocosos con un corazón agreste de pinos y matas de enebro entre las que pacen las ovejas. Pero la isla italiana reserva otras sorpresas a quien la recorre sin prisas, como su suculenta cocina y los restos fenicios, romanos y de la cultura nurágica que aún se conservan.
La amurallada villa de Alguer (Alghero), en la costa noroeste, es un buen inicio de ruta. Su vinculación con las Baleares y la lengua catalana viene del año 1353, cuando los venecianos, en su afán por arrebatar la plaza a los genoveses, se aliaron con Pedro IV el Ceremonioso y la ciudad pasó a manos de la Corona de Aragón, que la repobló con colonos enviados desde Barcelona. Por eso también se la conoce como Barcelloneta y de ahí que sus habitantes hablen una variante del catalán y celebren el Canto de la Sibila en Nochebuena, una tradición casi idéntica a la de Mallorca.
Su centro histórico, bien restaurado, gira en torno a la Piazza Civica o del Poul Vel, donde se encuentran los edificios que durante siglos representaron a las instituciones locales: el Palacio Ferrara, la Casa de la Ciutat y el Palacio de la Duana Reial. El paseo por sus calles depara sorpresas agradables, como el mercado de antigüedades que cada último sábado de mes se organiza en la plaza Civica, y los conciertos de verano de la iglesia románica de San Francesco. Al caer la tarde, el viajero descubrirá el placer de andar por el Bastioni Marco Polo, el paseo marítimo que une la torre del Esperò Reial con la de la Polveriera; estos baluartes forman parte de la media docena de torres que antaño defendían la ciudad.
Más allá se divisa el Lido, una larga playa desde la que se contempla el Capo Caccia, declarado reserva natural marina. En ese cabo se esconde la gruta de Neptuno, espectacular por sus formaciones kársticas. La manera más cómoda de llegar hasta ella es en barca, pues por tierra hay que descender 650 escalones y subirlos de regreso.
Los primeros sardos Antes de iniciar la ruta circular por la isla, conviene detenerse en la ciudad de Sassari, a veinte minutos de Alguer. Además de poseer templos medievales notorios, como San Pietro di Silki y San Giacomo di Taniga, alberga el Museo Sanna dedicado a la cultura nurágica. Anteriores a los fenicios, los nuragos (entorno al 1.700 a.C.) dejaron por toda Cerdeña una serie de torres cónicas llamadas nuraghi, palabra que significa «montón de tierra» en sardo. A pesar de un nombre tan poco prometedor, vale la pena acercarse hasta la de Santu Antine, la mayor y mejor conservada.
Las curiosidades prehistóricas de la región continúan con las domus de janas, cuevas funerarias excavadas en la roca. Aunque hay muestras parecidas por todo el Mediterráneo, estas «casas de brujas», como las llaman en Cerdeña, destacan por las pinturas que decoran sus muros. Las construyó la cultura Ozieri entre el IV y el III milenio a.C. La mayor se encuentra en la localidad de Sedini, y su estancia principal es ahora un museo. En cuanto se empieza a descender por la costa oeste, las playas acaparan todo el protagonismo del viaje. Se calcula que la segunda isla del Mediterráneo en extensión posee más de trescientas playas, contenidas dentro de unas dimensiones parecidas a las de la Comunidad Valenciana. Al sur de Alguer se extiende un litoral de precipicios escarpados que abrazan calas solo accesibles desde el mar o por sendas muy empinadas. En aquellas peñas habitan los últimos ejemplares de buitre grifón, una especie de dos metros de envergadura que sobrevuela los acantilados aprovechando las corrientes térmicas estivales. En esta parte de la costa occidental destaca el pueblo de Bosa, un bello núcleo comunicado con el mar gracias al río Temo, navegable hasta allí. Las diversas iglesias barrocas de la población fueron erigidas durante la época de apogeo del curtido de pieles, una industria que surgió gracias a la proximidad del río y del mar.
Las playas más salvajes y menos concurridas aparecen en cuestión de una hora rumbo sur, algo más allá del pueblo de Oristano y las ruinas fenicias de Tharros. Es la denominada Costa Verde, un litoral donde no abundan los turistas de temporada ni tampoco las sombrillas ni los chiringuitos. En lugar de hoteles de lujo, aquí se puede practicar la acampada libre o pasar la noche en una de las habitaciones que alquilan los habitantes de la zona. Al acercarse a Buggerru, no hay que dejar pasar la oportunidad de bañarse en la playa de San Nicolao o en la de Piscinas. Esta última, en la desembocadura del río del mismo nombre, disfruta de un área protegida, dunas de cien metros de altura y una playa solitaria de once kilómetros a la que se accede por pistas sin asfaltar.
Minas asomadas al mar La Costa Verde ha preservado su belleza gracias en buena medida a la ausencia de proyectos turísticos. Le sucede lo mismo a la siguiente etapa de nuestra ruta, la provincia de Carbonia-Iglesias, que durante años fue un importante centro de extracción minera. Durante los últimos años se ha potenciado el valor histórico y patrimonial de esta actividad del pasado hasta disponer del primer parque geominero del mundo catalogado por la Unesco. Una de las minas visitables mejor acondicionadas se halla emplazada sobre los acantilados de Masua. La carretera costera que conduce hasta ella desde Nebida regala una panorámica preciosa del Pan di Zucchero (Pan de Azúcar), un farallón rocoso que emerge a poca distancia de la playa de Porto Flavia. También son interesantes las cercanas minas de Serbariu y de Monteponi Iglesias, donde romanos y cartagineses ya extraían plomo y zinc hace más de mil años.
Apenas transcurridos unos minutos ya se distingue la silueta de las islas San Pietro y Sant’Antioco, situadas frente a la punta sud-occidental de Cerdeña. Cada una posee un pequeño pueblo de casitas pintadas de colores pastel, calles estrechas y tranquilas ensenadas donde se mecen las barcas. El núcleo más bonito es Carloforte, que cede su nombre a un sabrosísimo atún rojo, por desgracia cada vez más escaso. En los restaurantes locales también se sirve la pasta con bottarga rallada, una delicia sarda que antiguamente era manjar de pescadores y que consiste en huevas de mújol secas y prensadas.
Una hora en coche bordeando el mar y aparece Cagliari. La capital sarda vive encarada al sur, dominando el golfo de los Ángeles y una llanura amplia en la que sopla sin trabas el viento del Sáhara, de ahí que las temperaturas suelan ser más elevadas que en el resto de la isla. Fenicios y romanos aprovecharon el puerto para su imparable comercio marítimo. En la época medieval se edificó sobre una elevación el Castello, la fortaleza que da nombre al barrio amurallado. Desde sus baluartes la Corona de Aragón dominó la isla hasta la firma del Tratado de La Haya en 1717, momento en que Cerdeña pasó a ser de los Saboya del Piamonte, quienes la gobernaron hasta la unificación de Italia en 1870. El centro histórico de Cagliari, restaurado recientemente, recuerda en su trazado y edificios sobrios a algunos pueblos de Cataluña y Aragón. También resultan familiares los balcones de hierro del popular barrio de Vilanova, en cuyos restaurantes es posible comer de fábula por muy poco dinero, en especial si se elige el pescado recién traído del mercado de San Benedetto. Las obras de recuperación han devuelto el brillo a los edificios de aire clasicista erigidos durante la etapa piamontesa y destruidos bajo los devastadores bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Las playas del sur En cuanto se dejan atrás las últimas calles de la capital, surgen playas de lo más apetecible. La más cercana es la de Poetto, justo al lado de la laguna de Molentargius, una zona de marismas frecuentada por flamencos y otras aves migratorias. Hay más opciones para refrescarse con un baño sin alejarse mucho de Cagliari, como la bahía de Chia, bordeada de dunas, o la tranquila reserva marina de Capo Carbonara, en Villasimius.
La ruta circular por Cerdeña prosigue ahora hacia el norte siguiendo la costa oriental. El primer tramo discurre a través de la provincia interior de Barbagia, epicentro de la cultura sarda. El nombre deriva de «bárbaro», porque durante siglos sus habitantes resistieron todo tipo de invasiones y lograron conservar su identidad. Ésta es la tierra del Supramonte, el macizo donde nacen los principales cursos de agua de la isla, con valles cubiertos de maquia y encinas. Sus máximas alturas son los picos Corrasi (1.463 m) y La Marmora (1.834 m), ambos incluidos dentro del Parque Nacional del Golfo de Orosei y del Gennargentu. Una red de senderos descubre rincones sorprendentemente frescos como el cañón de Gorropu , encauzado por paredes de hasta 400 metros de alto –la ruta completa dura unas cinco horas–, y el mejor testimonio de la cultura pastoril de la isla: los sos pinettos, refugios de piedra seca situados en los prados de altura. Que los pueblos de esta región viven apegados a las tradiciones se ve, sobre todo, en la mesa. La mujeres, vestidas de negro de la cabeza a los pies, cocinan delicias como el porcheddu, cochinillo al horno de leña, el cabrito con aceitunas y los culurgiones, raviolis rellenos de queso pecorino y aromatizados con azafrán. Tampoco falta el pane carasau, una torta de pan plana y crujiente que recuerda las del Magreb, ni el filu e’ferru, el aguardiente isleño, cuyo nombre hace referencia al alambique con el que se elaboraba. Las costumbres del interior de Cerdeña aparecen retratadas en el Museo de la Vida y las Tradiciones Populares Sardas de Nuoro, capital de la provincia y cuna de Grazia Deledda (1871-1936), premio Nobel de Literatura. Tras hacer una pausa en el pueblo de Orgosolo, famoso por las historias de bandoleros y los murales políticos de protesta, el mar vuelve a reclamar la atención. Sin salir del parque nacional, la carretera de Orgosolo desciende en 40 minutos hasta el puerto de Cala Gonone y las playas del golfo de Orosei. Una de las actividades más atractivas es contratar una salida en barca hasta las grutas del Bue Marino –el nombre se refiere a la foca monje, antes muy abundante en la zona– y del Ispinigolo, con millones de estalactitas colgando de su cúpula rocosa.
La Costa Esmeralda Perfilando la cornisa marina hacia el norte, en un par de horas se alcanza la Costa Esmeralda y Porto Cervo. Esta exclusiva franja, donde se concentran las mansiones de ricos y famosos, empezó a cambiar en la década de 1960, cuando el príncipe Karim Aga Khan se enamoró de ella. La presión turística sin embargo no ha restado atractivo a las caprichosas formaciones de granito que miran al mar a lo largo de la carretera que circula desde Porto Cervo hasta Palau, una dinámica población turística.
Del puerto de Palau zarpan los transbordadores que conectan con el archipiélago de La Maddalena, compuesto por 62 islas e islotes que emergen a pocos kilómetros de la costa. Declarado parque nacional en 1996, este paraíso natural fue un lugar clave en la historia de Cerdeña, pues en la isla de Caprera vivió sus últimos días Giuseppe Garibaldi, héroe de la unificación italiana (1807-1882), cuya casa es hoy un museo.
La Maddalena es el tesoro natural más importante de la Costa Esmeralda. Los buceadores llegan seducidos por la visibilidad de sus aguas, sus campos de posidonia y la abundante fauna acuática que puede llegar a verse, pero también con la esperanza de descubrir los restos de alguna nave romana hundida. El símbolo del parque es la Spiaggia Rosa de la isla Budelli, una playa famosa por el rosa coralino que tiñe su arena y las rocas redondeadas de la orilla. Contemplar este paisaje o escaparse a la recóndita playa de Coticcio, en la isla de Caprera, será el final perfecto a la experiencia sarda. PARA SABER MÁS Documentos: DNI o pasaporte. Idioma: italiano. Moneda: euro. Cómo llegar: Los tres aeropuertos de la isla (Alguer, Olbia y Cagliari) reciben vuelos directos de España. Otra opción es llegar en barco desde Italia (Roma y Génova) o bien desde Barcelona con Grimaldi Lines, que atraca en Porto Torres, en el noroeste. Cómo moverse: El coche de alquiler es sin duda el mejor medio para moverse por la isla. Los transbordadores a la isla de La Maddalena zarpan del puerto de Palau. Alojamiento: La oferta incluye desde hoteles de lujo hasta bed&breakfast y también casas de turismo rural. Fiestas: En verano hay dos citas ineludibles: la Festa del Redentore, en Nuoro, que empieza el 18 de agosto y cuenta con desfiles de máscaras y trajes típicos; y L’Ardia, una carrera de caballos que tiene lugar el 7 de julio por las fiestas de San Costantino en el pueblo de Sedilo. Turismo de Cerdeña
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