Es sorprendente que un insecto con un cerebro tan diminuto sea capaz realizar análisis de imágenes cuando nosotros en cambio, tenemos regiones enteras de nuestro cerebro dedicadas a resolver ese problema.
Fue hace cinco años cuando un científico de la Universidad de Monash, Adrian Dyer, demostró que las abejas, entrenadas con una recompensa de azucar, eran capaces de reconocer rostros humanos. La abeja volaba hasta la fotografia de la cara a lo cual recibía su recompensa. Esa demostración asombró al mundo.