no puede decirse que la suerte no le sonriera a
Fermín Álvarez cuando decidió dejarlo todo y cambiar de vida. Pocos años antes había fundado junto a Miguel Pereira la agencia digital Social Noise y todo funcionaba a las mil maravillas. Pero la muerte de un amigo cercano le hizo reflexionar sobre su vida. ¿Cuál sería la huella que dejaría en este mundo si desapareciera en ese momento? Insignificante, pensó. Así que decidió cambiar eso e invertir todas sus fuerzas, tiempo y talento en un nuevo proyecto vital que le ayudara a crecer como persona y a hacer de este mundo un lugar mejor.
El destino elegido fue Camiguin, una isla de 80.000 habitantes en una de las provincias más pequeñas y rurales de Filipinas. Pero la vida que Álvarez iba a tener allí estaba lejos de la tumbona, los mojitos bajo las palmeras y la contemplación. La rutina diaria de Fermín le lleva a trabajar todos los días de la semana y a repartir su tiempo entre los proyectos personales que había trazado antes de su viaje y otros planes que se cruzaron por el camino y que le llevan a pelear por promocionar y a la vez preservar el entorno natural y social de la isla. Tan solo los domingos se permite el lujo de parar un momento y dedicarse a sí mismo, a explorar el terreno en moto y a descubrir rincones que es difícil imaginar que existieran.
Visitó Camiguin por primera vez durante unas vacaciones. Así que pensó que por qué no reiniciar su vida en aquel lugar nacido del fuego de los volcanes que tanto le había impresionado la primera vez. Poco importaba las grandes diferencias entre su vida occidental y el carácter eminentemente rural de la isla, donde la gente vive de recolectar cocos, plantar arroz y de realizar pequeños servicios a la comunidad local.
Tras muchas vicisitudes, consiguió por fin construir su casa en el terreno que había comprado a los pies del volcán Hibok Hibok. Mientras veía cómo iba tomando forma, Fermín empezó conviviendo con una familia local que le acogió como si fuera uno más. Fue tomando contacto con la vida diaria en aquel lugar remoto del Pacífico y conociendo cómo funcionaba la sociedad de la isla. Cuando conoció a la alcaldesa de Camiguin, la mujer no tardó en tomar confianza con aquel español loco que había venido de tan lejos para cambiar de vida y le propuso empezar a trabajar con los niños del lugar. Amante de la música y pianista autodidacta, Fermín acabó dando clases de piano y canto a los más pequeños sin cobrar por ello.
Se iniciaba así una serie de colaboraciones con las Administraciones de la isla que empezarían a ocupar su rutina diaria. Animado por el Gobierno isleño, acabó desarrollando una campaña promocional para atraer el turismo a Camiguin que alcanzó gran repercusión interna y que llegó a ser vista en autobuses de Reino Unido. Y como una cosa lleva a otra, su último trabajo para la administración local consiste en hacer de mediador entre la isla y una empresa española de molinos de viento, que tiene como fin conseguir que los isleños sean energéticamente autosuficientes.
La vida se iba acelerando en Camiguin. Conocer aquella sociedad tan pobre económicamente a los ojos de un occidental pero tan llena de contrastes estaba resultando fascinante. Profundamente religiosos y católicos, los camigueños fusionan la tradición con otros valores sorprendentemente avanzados, como la igualdad familiar y política entre hombres y mujeres, la aceptación de la homosexualidad y su gran poder en la vida administrativa de la isla, donde los gais acuden a trabajar con bolso y labios pintados sin que nadie se sorprenda por ello; y un profundo respeto por su entorno ecológico. La limpieza allí se impone por ley y los plásticos, por ejemplo, están prohibidos. Si alguno llega hasta allí, el Gobierno ha creado distintos proyectos para reciclarlos y transformarlos en pavimentos o macetas. Incluso una organización de mujeres se dedica a coser esas bolsas de patatas para crear con ellas esterillas o cojines.
Pocos son los planes personales con los que llegó Fermín Álvarez a la isla que se han visto cumplidos. «Mi vida aquí ha terminado siendo mucho más diferente de lo que pensaba en un inicio, con lo cual los proyectos que tenía en mente al principio han mutado o han desaparecido de mi línea de prioridades», confiesa. Su día a día es una auténtica locura. «Solo descanso un poco los domingos, pero el resto de la semana estoy enfrascado en mil proyectos». Uno de esos proyectos de los que habla es la fundación Kilaha (‘kilaha’, en el idioma local, significa ‘aprender’) formada por locales y extranjeros que habitan en la isla y cuyo nexo de unión es su amor por ese lugar. «Yo me siento en deuda con esta tierra y sus habitantes que tanto me han ayudado y han cambiado mi vida. Mi manera de agradecérselo es Kilaha», cuenta el madrileño el porqué de crear este proyecto.
Un día normal de Álvarez empieza madrugando para ejercer de perfecto anfitrión. Como los ahorros con los que llegó a Camiguin casi se han acabado, Álvarez ha puesto su casa en Airbnb para sacarse un dinero que le permita seguir viviendo. También está trabajando en Hibok Venture, una especie de campamentos para turistas que buscan la interacción con la naturaleza y con los habitantes de la isla. «Un poco como vivir lo que estoy viviendo aquí, pero de manera condensada para ayudar a la gente a desacelerarse un poco, enfocarse y darse cuenta de la belleza que les rodea en su día a día»; pero confiesa que aún está por ver si es un proyecto viable.
Ahora tiene dos invitados chinos. Antes de salir a dar clases en un workshop de Computer Sciences y robótica que ha puesto en marcha a través de la fundación Kilaha, Fermín les ha preparado el desayuno y ha salido con su moto y el robot que les ha prestado el Instituto Max Plank, uno de los más importantes de Europa, para impartir las clases a los chavales de la isla. Pero hoy ha descubierto un camino nuevo para llegar hasta el municipio de Sagay, el lugar más rural de toda la isla donde se imparte el taller, que acaba de convertirse en su atajo favorito. Le acompaña en las clases su amigo Yves Grenier, un francés retirado en la isla dueño de una de las primeras empresas de software de Francia.
«La idea del workshop, más allá de que los niños sepan programar acciones simples con un robot, es que tengan un contacto con la tecnología, que entiendan los procesos lógicos que rigen hoy en día el mundo digital (un robot es lo mismo que un ordenador, una tablet o una pantalla interactiva, se rigen por los mismos principios); y que de alguna forma les pique la curiosidad para en el futuro dedicarse a algo relacionado con
‘computer sciences’», explica Fermín los objetivos del taller.
Después de comer y al acabar las clases, queda con su amigo Andrés, un antropólogo español que lleva tres años viviendo en la isla, para nadar durante 45 minutos en una zona llena de corales, serpientes marinas y tortugas. Cuando por fin llega la noche y se relaja viendo una peli italiana con sus «amigos» chinos, su cabeza no deja de pensar en más proyectos que llevar a cabo con Kilaha. Un parque astronómico y relanzar una antigua técnica de tejer mimbre de la que solo quedan dos artesanos en la isla son solo dos de ellos. Pero queda tanto por hacer que aún no piensa en volver a España de manera definitiva.
Hoy, un año y medio después de su llegada, la huella de su existencia, al menos en Camiguin, es un poco más profunda. «Está siendo la experiencia más dura y más increíble que he vivido nunca al mismo tiempo», confiesa haciendo balance de su estancia en la isla. «Lo que te enseña vivir en lugar como este y con gente como la que habita aquí es una de las experiencias más grandes y bellas que existen en este mundo».
(Las ilustraciones son de Lara Müller. Las fotos, de Fermín Álvarez)fuente