Cerca de una semana después de la tragedia de los Alpes, seguimos tratando de entender cómo pudo ocurrir algo así en pleno siglo XXI. Como siempre que algo rompe nuestros esquemas, movilizamos todos nuestros recursos como personas y como sociedad para intentar encontrar una causa, una razón que nos permita volver a recuperar la sensación de control y la seguridad que hemos perdido. Y es en este punto en el que probablemente nos encontramos muchos, tratando de entender qué ha causado una tragedia tan brutal e incomprensible.
El intento de explicación suele confundirse con la búsqueda de culpables, pero en este caso culpable solo hay uno. La persona que decide consciente y libremente, teniendo la oportunidad de actuar de maneras diferentes y conociendo con claridad las consecuencias de sus actos, ese es el culpable. Pero culpa no es lo mismo que causa.
Si el objetivo es tratar de entender de verdad lo que ha ocurrido y qué se puede hacer en el futuro para que no vuelva a ocurrir, no podemos confundir ambos conceptos. Las causas de un fenómeno tan complejo son muchas, muchísimas. Causa no es solo lo que ocurre inmediatamente antes del hecho que queremos explicar, si no todo aquello que lo facilita o influye en cómo y cuándo ocurre. Para eso están los investigadores, que liberados de la necesidad de simplificar, tratarán de aclarar el papel de cada uno de los factores implicados en la tragedia. Pero los demás no tenemos ninguna obligación de llegar hasta ahí. Tenemos derecho a decidir hasta dónde queremos saber. Todos recordamos las palabras de ese familiar que decía descarnadamente: “me da lo mismo que haya sido un accidente o lo que sea; eso a mí no me interesa”.
Buscando responsables
Responsabilidad tampoco es lo mismo que causa y mucho menos es lo mismo que culpa. Responsabilidad es la palabra más potente de cuantas mencionaremos aquí. Desde luego es un término con más de una acepción, pero permítanme que me quede con la única que realmente marca la diferencia con respecto a culpa y causa. Responsabilidad no es otra cosa que la capacidad para dar una respuesta, para reaccionar transformando de alguna forma aquello que está ocurriendo o que ocurrirá en el futuro. Y en este caso creo que hay –afortunadamente– muchos responsables.
En primer lugar los directivos y políticos son responsables. Ellos más que nadie tienen en sus manos la oportunidad de dirigir recursos y atención sobre factores que se han mostrado fundamentales en este desastre. Los aspectos técnicos relacionados con la seguridad en vuelo, con la gestión, los aspectos informativos que se han mostrado fundamentales para hacer más transparente y comprensible un fenómeno como éste, todos están en manos de los políticos y directivos. Ellos son quienes pueden tomar decisiones, quienes pueden accionar las palancas que cambien las cosas para que esto no vuelva a ocurrir. De ellos depende la forma en la que se aborden los análisis y evaluaciones psicológicas y médicas de los pilotos y otros profesionales de alto riesgo en el futuro. Ellos son quienes pueden cambiar las cosas en este sentido, y estoy convencido de que serán responsables.
Los ingenieros y profesionales de la psicología y la medicina también somos responsables. Podemos crear sistemas, herramientas y procedimientos más seguros y fiables, sin acomodarnos, sin limitarnos a cumplir con las normativas e innovando constantemente para que cada día las cosas se hagan mejor y permitiendo así depurar la toma de decisiones sobre aspectos relacionados con los factores técnicos y humanos. La psicología dispone de procedimientos extremadamente fiables y seguros para evaluar aspectos de la personalidad y la competencia humana. Pero esas herramientas en las manos equivocadas pueden perder una parte importante de su eficacia. Por eso los pilotos y formadores también son responsables ¿Qué sentido tiene que haya que incluir procedimientos para controlar la veracidad de las respuestas en los tests de selección? Sabemos que hay profesionales que se dedican a explicar cómo responder a estas pruebas para que los evaluados puedan acceder a los puestos. Podemos luchar contra esto y lo hacemos, pero ¿no sería más responsable que los propios evaluados fueran sinceros?, ¿no sería más responsable que los profesionales ayudaran a los candidatos que no encajan en los perfiles a reorientar con éxito sus carreras? Por suerte la inmensa mayoría de los pilotos son sinceros y la inmensa mayoría de los profesionales son responsables.
Por último los usuarios o clientes, las personas para las que trabajamos todos los implicados, quienes confían en que los engranajes de esta compleja maquinaria están accionados por personas competentes y responsables que saben lo que hacen. A ellos no podemos pedirles nada, no tienen responsabilidad más que con ellos mismos. Su responsabilidad es hacerse cargo de la forma en la que van a valorar el riesgo la próxima vez que decidan subirse a un avión. Es comprensible que la confianza en las personas e instituciones se vea deteriorada después de un acontecimiento de esta magnitud. Pero la realidad es que pueden confiar. Los pilotos son personas extremadamente competentes, sensibles y perfectamente conscientes del valor de cada una de las vidas de las que son responsables en vuelo. Están sometidos en muchas ocasiones a presiones y ritmos de trabajo extenuantes que afrontan con eficacia y sin que su rendimiento se vea afectado, en muchas ocasiones sacrificando su calidad de vida y su bienestar personal. Para eso fueron elegidos y preparados por personas extremadamente competentes y comprometidas, capaces de ir más allá de las apariencias y los mínimos exigidos por las normativas. Por eso, casi siempre, todo funciona bien.
Pero nuestros cerebros están preparados para manejar la información de forma que garantice nuestra supervivencia, nuestra libertad y nuestra felicidad y quizá por ese orden. No estamos diseñados para guiarnos por métodos racionales o analíticos que den prioridad a la integridad del conocimiento. Para eso está la ciencia, y es la ciencia la que nos avisa de que cuando las emociones toman el control de nuestro análisis tendemos a no ser realistas, sobreestimando los riesgos y haciendo que la información compatible con nuestros sentimientos esté más accesible que aquella que apunta en otras direcciones. Por eso es perfectamente comprensible que ahora nos cueste confiar, pero volveremos a hacerlo muy pronto, porque todos vamos a asumir nuestra responsabilidad, todos hemos tomado nota y vamos a hacer los cambios que sean necesarios para que este tipo de tragedias no vuelvan a ocurrir, ¿no?
*Daniel Peña Molino es doctor en psicología, consultor de Recursos Humanos y coach ejecutivo.