Viajar solo puede ser una experiencia liberadora, que conlleva a un proceso significativo de autonomía y autoconocimiento. Es salir de la zona de confort.
Cuando viajamos, en numerosas ocasiones decidimos hacerlo con familiares, amigos o la pareja. Estamos ansiosos por ir y disfrutar de experiencias inolvidables, de anécdotas que sucedieron con los acompañantes para contarlas al regreso, etcétera.
De vez en cuando, nos enteramos de personajes que decidieron darle la vuelta al mundo con tan solo una maleta como compañía. Podemos emocionarnos y desear hacerlo algún día, en un futuro lejano; sin embargo, situaciones y ocupaciones se cruzan en la vida, por lo que posponemos ese viaje tan soñado.
Cuando en realidad, puede tratarse de pretextos que reflejen miedo de encontrarnos en situaciones complicadas sin ningún apoyo, o quizá para evitar la sensación de soledad y abandono. Realmente puede tratarse de diversas razones. Pero, en caso que estés dudando en hacerlo, te compartimos siete razones para convencerte en emprender una aventura por cuenta propia:
Los psicólogos explican que viajar solo te permite abrirte tanto a una cultura nueva como a nuevas mentalidades, reaprendiendo nuevos patrones de comportamiento y de pensamientos. Es decir, una oportunidad desafiante donde enfrentas y superas posibles actitudes perjudiciales en la vida: salir de la rutina, de situaciones que generan angustia o frustración, entre otros. Viajar solo puede ser una experiencia liberadora, que conlleva a un proceso significativo de autonomía y autoconocimiento. Es salir de la zona de confort.
La capacidad de conocer y disfrutar nuevas culturas. Es una forma de darse la oportunidad de aceptar la compañía en lugares que uno menos lo espera; de disfrutar la gastronomía local y expandir los gustos personales; de conocer nuevas teorías y modus operandi que se puede añadir a los patrones de uno mismo; de conocer y maravillarse con los lugares más sorprendentes de la Tierra; de responder abiertamente a las distintas causalidades de la aventura.
Se aprende de uno mismo: de habilidades que uno no sabía que poseía (o que hacían falta ponerlas en práctica), como la capacidad de rápida adaptación, de una buena negociación, o de relacionarse con numerosos individuos. Teniendo a tu disposición todo el tiempo, puedes evaluar prioridades, objetivos y proyectos que quieres realizar en el curso del trayecto.
Se puede aprender a ahorrar mientras se descubre cosas nuevas. Debido a que el viaje es exclusivo para uno, se puede escoger y moldear las distintas formas de movilización. Y lo mejor de todo, al antojo de uno mismo: si uno desea transportarse en bicicleta, barca, a pie o transporte público.
Dejar que todo tipo de sensaciones recorran el cuerpo y espíritu. Ya sea desde disfrutar un delicioso platillo local, tocar innumerables telas suaves, dejarse llevar por el aroma o la vista de un imponente sitio, hasta conocer a una persona que se convierta en alguien importante en el proceso de redescubrimiento de uno mismo. Es un tiempo ideal para tomar un rumbo de crecimiento íntegro.
Ser políglota (o al menos aprender una que otra palabra en otros idiomas). Cristian Ringeling, trotamundos chileno, explica: “Cuando se viaja solo es una excelente oportunidad para practicar el inglés, soltarse un poco e ir superando las dificultades del camino mientras se aprende otro lenguaje.”
Maravillarse con la bondad de los demás y de uno mismo. No hay mejor sorpresa que conocer la hospitalidad de diversas personas, quienes están dispuestos a recibir y a ayudar a muchas personas. Cuando uno sonríe, alguna persona sonreirá de regreso.
Es importante considerar que no es lo mismo estar solo que sentirse solitario. Así que, puedes emprender una travesía para disfrutar de tu soledad y conocer aquello que te gusta (y lo que no) de los diferentes aspectos de la vida. Y ahora sí, ¿quieres irte de viaje por el mundo?