Cuando la gente está bajo presión puede ser capaz de hacer cosas que creía imposibles. A menudo se nos presentan relatos de personas que sacan fuerzas de flaqueza y se enfrentan a la muerte con el mentón pujante. Lo que está menos diseminado es la parálisis de la que uno puede ser víctima en una situación de mucho estrés.
Una parálisis que puede provocar que incluso no tiremos de la anilla del paracaídas cuando nos lanzamos desde un avión. Es la razón de que, a veces, se encuentren personas estrelladas contra el suelo, con las anillas de su paracaídas principal, el de emergencia y el de reserva en su lugar, intactos.
Resulta difícil interrogar a una persona que ha fallecido como consecuencia de heridas internas masivas acerca de su decisión de no tirar de las anillas. ¿Suicidio? Pero sí podemos entrevistar los que salvaron la vida gracias al despliegue automático del paracaídas de emergencia. James Griffith, experto en accidentes de paracaidismo y profesor de psicología en la Universidad de Shippensburg, ha estudiado todos los informes sobre accidentes de paracaidismo producidos desde el año 1993.
Según Griffith, cada año, alrededor de 35 personas mueren en accidentes de paracaidismo de los aproximadamente 2,5 millones de saltos que se llevan a cabo. Eso supone una muerte por cada 75.000 saltos (para que os hagáis una idea de esa magnitud, se establece de promedio que morimos por caernos de una escalera una vez de cada 20.000… podéis leer más sobre el peligro de las escaleras en Ese objeto peligrosísimo que es una escalera (I): más de 300.000 accidentes solo en Reino Unido).
Lo fascinante del 10 % de las muertes que se producen en paracaidismo es que el motivo parece ser el llamado problema del “no tirar” o de tirar a baja altitud o tirar con poca determinación, es decir, el problema del “tirar poco”. El 75 % de estos casos es por error de cálculo o distracción, quizá porque están practicando una nueva técnica de vuelo. Además, a los seres humanos se nos da fatal contar el tiempo: a pesar de que los paracaidistas principales saben que deben abrir los paracaídas entre 40 y 45 segundos después de saltar del avión, a menudo se equivocan a medir el paso del tiempo.
Otra razón más inquietante para no tirar de la anilla es el bloqueo cerebral, tal y como expone Ben Sherwood en su libro El club de los supervivientes:
Tras saltar de un avión con el corazón latiendo fuertemente y las hormonas del estrés a toda máquina, no resulta sorprendente que nuestra mente se congele durante unos segundos. Podemos llegar a olvidar, literalmente, dónde nos encontramos y qué estamos haciendo. Eso nos sucede a todos cada día (nuestro cerebro se paraliza), pero normalmente estamos sentados en nuestra mesa de trabajo o empujando un carrito en el supermercado. Cuando avanzamos a 190 kilómetros por hora en dirección a la tierra, puede ser fatal si no nos recuperamos a tiempo.
El psicólogo Christian Hart ha entrevistado a paracaidistas que no tiraron de las anillas de sus paracaídas y se salvaron justo unos segundos antes de impactar contra el suelo gracias a sus dispositivos de activación automática:
Está convencido de que, cuando nos encontramos bajo una terrible presión, aparecen dos tipos de personalidad. El primer tipo sigue tratando de solucionar los problemas, independientemente de lo que suceda. Estas personas se niegan a rendirse y algunas veces mueren tratando de salvarse. El segundo tipo se rinde enseguida. Son personas que se resignan a su suerte y arrojan la toalla.