Los controladores aéreos españoles se han puesto súbitamente enfermos de exceso de trabajo y en comandita. Una epidemia. Es una lástima porque su situación médica ha causado un importante lío en los aeropuertos y dejado en tierra a mucha gente que pese a la crisis se iba a dar una alegría, turismo o a ver a la familia. En las sociedades presuntamente decentes, ya sé que la nuestra pese al disimulo en las formas no lo es, hay normas para cabrearse y otras para ponerse en huelga. Creo en los derechos de la gente que se siente agraviada, incluso en los derechos de los que cobran un pastón, y defiendo su derecho a la protesta, incluso salvaje. Pero estos controladores llevan años con serios problemas de imagen. Quizá sea el asesoramiento lo que falla, el mensaje o que la causa exige un poco más de esfuerzo en vestirla.
No me gustan los grupos que pueden secuestrar un país, sean gobiernos, controladores o pilotos. No me gusta el chantaje, ni las amenazas; tampoco me gustan los reproches ni las personas que desean cobrarse su pasividad. Si no vuelan los aviones habrá que utilizar los trenes o las piernas o vivir la aventura del viaje sin salir de casa.
Ronald Reagan, mal actor, presidente que salió bien parado después de todo y un tipo con bastante sentido de humor, se enfrentó a una huelga salvaje de controladores al comienzo de su presidencia. Asesorado, sin duda, porque Reagan solo ponía la cara y un poco la voz (por lo general para meter la pata), despidió a todos, los reemplazó por controladores militares y formó otros civiles nuevos. No sé si es la solución, pero tirar mucho de la cuerda con un sueldo elevado en tiempos de grave crisis, no garantiza éxitos en la negociación, solo garantiza impopularidad, y mucha.